22-12-2008 15:23
Ahmed lo intentó. Como muchos de sus amigos. Dice que está muy gordo, y que no cabe en los bajos del camión. Sufian es unos años mayor que él. Vive en España desde hace diez años. A esa edad decidió jugársela y viajar, clandestinamente, a España. Ahora está de vacaciones en Marruecos. Cuenta que su novia se llama María y que trabaja como pintor en Barcelona. No se arrepiente de nada. "Pasé mucho miedo, pero ahora tengo trabajo y puedo enviar dinero a mi madre".
Los niños de la calle, y los que no lo son pero viven en situaciones precarias en los alrededores de Tánger, forman parte de la postal típica del puerto de la ciudad fronteriza, al norte de Marruecos y a sólo 14 kilómetros de Tarifa; 54 de Algeciras. Demasiado cerca como para no querer formar parte de los que se aventuran a atrapar el sueño europeo.
Decenas de ellos aguardan cada día en las inmediaciones de las infraestructuras portuarias esperando un despiste de la policía y los camioneros para introducirse en los bajos de las máquinas, sobre sus ruedas, y empezar un viaje que a veces recorre cientos y cientos de kilómetros por las carreteras españolas. Ellos no suben en una patera, ni son recibidos por los equipos de la Cruz Roja. "Esto es mucho más barato", dice Sufian.
Khamal y Abdel no han tenido suerte esta tarde. Decepcionados, lo primero que dicen es que no quieren ni fotos ni conversación. Con desconfianza, cuentan que se han metido en los bajos de un autobús de turistas para cruzar a Algeciras. La Policía les ha descubierto antes de embarcar. "Nos dejan libres si les pagamos cincuenta dirhams (cinco euros)". Se dan la vuelta y se marchan. A Khamal todavía le dolerá unos cuantos días la quemadura que le ha marcado la cara.
En la misma terminal de mercancías donde encontramos a Abdel y a su compañero de viaje se prepara Antonio, un camionero que se reserva apellidos y empresa para la que trabaja. "Se nos meten en los camiones a todas horas, es muy peligroso, algunos llegan a morir en el intento", cuenta. "Muchas veces los descubro aquí y los hago bajar, es un problema; otras veces me los ha encontrado la Policía española ya en nuestro país".
Cuando los descubren, se les practican las pruebas óseas para determinar si son menores de edad. En ese caso, se les deriva a uno de los centros de menores que mantienen las Comunidades autónomas, donde estudian, comen y duermen hasta cumplir los 18 años. En estos momentos, las instalaciones de acogida españolas albergan a más de cinco mil niños, de los que unos 1.500 son atendidos en Canarias.
Retornos voluntarios
Andreu Camps trabaja en Tánger con los menores de la ciudad. Puso en marcha con un equipo de profesionales un programa de prevención y de retorno voluntario financiado por la Generalitat de Cataluña y la Unión Europea. En materia de prevención trabajan con los niños de la ciudad que viven en barrios periféricos, de chabolas. Zakaría es uno de esos niños. "Son pequeños que han visto cómo se marchaban a España clandestinamente sus hermanos o sus vecinos y tienen en la cabeza la idea de hacer lo mismo".
Zakaría es muy menudo. Dice que tiene catorce años, pero no aparenta ni diez. No se está quieto un segundo. Cuando para de reírse, cuenta que está muy contento en el centro. "Aquí aprendo muchas cosas con los profesores y tengo muchos amigos". Por un tiempo, no pensará en España.
Para los que ya cruzaron, "tenemos el primer programa español y europeo de retorno voluntario que garantiza formación y trabajo a los niños; ya han regresado nueve", explica Camps, que reconoce que está yendo más lento de lo que pensaban. "Hemos alcanzado acuerdos con las empresas que están instaladas en Tánger, la mayoría españolas, para que contraten a los chicos cuando terminan su formación en hostelería y construcción". Ahora están pendientes de la primera promoción y tienen apalabradas ya medio centenar de contrataciones.
Para Camps, el acuerdo de repatriación que quiere poner en marcha España a partir del año que viene con Marruecos "nace muerto". Para evitar la sensación de fracaso del niño, muchas veces influido por su familia para iniciar el viaje, el retorno, dice, tiene que ser voluntario y con garantías de éxito a su regreso.
Abdelaziz está de acuerdo. Él viajó a España también en los bajos de un camión. Hace ahora ocho años. "¿Cómo van a expulsar a un niño sin saber por qué ha decidido marcharse y sin darle nada a cambio?". Trabaja como traductor en centros de menores de la Comunidad de Madrid y asegura que "aunque muchos niños de Tánger se marchan a España porque ven que los mayores llegan con coches, ropa moderna y dinero; hay otros muchos que lo hacen obligados por sus padres o porque están en la calle y no tienen nada que echarse a la boca".
Unos y otros se lanzan a los bajos de los camiones como si fuera un juego, alimentado muchas veces por los efectos del hachís y el pegamento, compañeros de aventuras de muchos de los niños de las pateras y los camiones. Niños que, en Tánger, tienen a tiro de piedra el primer mundo. Como dice Sufian, "el de los afortunados".
Al 'paraíso' bajo un camión |
Niños y adolescentes marroquíes buscan cada día entre los bajos de un camión la entrada clandestina a lo que ellos consideran un paraíso, sin ser conscientes de las dificultades que les esperan al otro lado |
n O es el único método del que se sirven para llegar a España y al resto de Europa, pero el recurso a los bajos del camión sí refleja el desespero y la inconsciencia de unos menores que llegan a Tánger con la intención de escapar del país en busca de trabajo y formación.
"Ahora hay menos, pero todos los días se suben algunos. Se meten por todos los lados. Cuando los ves los quitas, pero no siempre te das cuenta", afirma un camionero de la empresa granadina Frío Baza, que viaja a esa ciudad marroquí todas las semanas.
Habla de chicos como Kamal y Abdelhari, de 15 y 16 años, y que, a la espera de esa oportunidad, aseguran acudir regularmente desde hace un año y medio al puerto tangerino, donde pagan 50 dirham (unos 4,5 euros) para escapar de cada agente que les ha pillado en el intento.
Tienen las manos y las uñas negras, la ropa manchada de la grasa y suciedad de esos vehículos, la cara con marcas de heridas recientes y la pericia suficiente para saber cómo y por dónde moverse, y llegado el momento, hacia dónde correr.
Quien sí lo logró en su día, como Abdelaziz Jonar, de 22 años, no olvida el miedo que pasó en el trayecto, pero reconoce que no quedaban muchas alternativas para gente como él.
"Los chicos se escapan porque la mayoría vive en la pobreza. Yo me quedaría en Tánger si hubiera trabajo, porque es aquí donde estoy con mi familia, pero no lo hay", lamenta Jonar, que ya ha conseguido los papeles y ahora se encuentra de vacaciones en su país natal, del que hace diez años, y en su tercer intento, logró salir.
El perfil de ese colectivo, según el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), es el de un menor de 16 años, que abandonó la escuela en sexto de Primaria o en el primer año de Secundaria (a los 11 ó 12 años), y que tiene ante sí una falta notable de perspectivas laborales o empleos con condiciones precarias y baja remuneración.
una dura realidad
Admirados como héroes
En total, se calcula que hay entre 15.000 y 20.000 residentes en Europa que manifiestan no estar acompañados por su familia, de los cuales 5.500 están reconocidos por España, tal y como explica el director del programa Cataluña-Magreb, Andreu Camps. "La realidad de su llegada a Europa, a El Dorado, es dura como una piedra. Ninguna de las expectativas se cumple", reconoce el responsable de ese proyecto dirigido a promover el retorno voluntario y a prevenir en Marruecos la emigración clandestina de los jóvenes ofreciéndoles formación.
Todo ello porque, según Camps, "no hay posibilidad de que esos chavales puedan trabajar legalmente" cuando llegan allí, y porque quienes consiguen sus objetivos representan un porcentaje "tan ínfimo" que no deben servir de referencia para los que miran su aventura como un ejemplo a seguir.
Y sin embargo, cuando relatan su vida en España, cómo se escaparon de algunos centros de menores, llegaron a ciudades como Barcelona o Madrid, y tras obtener los papeles y empleos temporales han sido capaces de enviar a casa hasta 400 euros al mes, no pueden evitar que se les escuche con admiración.
Por eso, a juicio de la directora de la ONG "Ningún niño sin techo", María Almendros, hay que abogar por "combatir la creencia de que en España está el paraíso", y por dar a los potenciales candidatos a la emigración ilegal "una educación integral para que paulatinamente puedan cambiar su mentalidad".
Y al mismo tiempo, según Camps, por incentivar no su repatriación, conforme al memorando (y posterior acuerdo) firmado entre España y Marruecos en diciembre de 2003 y que todavía deber ser ratificado por el Parlamento marroquí, sino el retorno voluntario a su país.
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