El fútbol se convierte en un instrumento formativo y de integración para los adolescentes magrebíes llegados a Asturias
Oviedo,
Elena FERNÁNDEZ-PELLO
«¡Mira, mira ese que toca el balón! Es muy bueno, ha tenido ofertas de un par de equipos! ¡Y ese, el que juega ahora, ese es bueno también!». Mohamed Ismaili sigue atentamente las evoluciones de sus jugadores en el terreno de juego, una decena de chavales marroquíes que sudan la camiseta en una primaveral mañana de domingo, corriendo tras la pelota en las inmediaciones del parque del Oeste. Una vez por semana organizan un partidillo que les sirve de entrenamiento, unas veces en Oviedo, otras en Gijón o en cualquier otra localidad. Deportivas, camisetas y ropa cómoda, y a correr. Con ese modesto equipamiento y la energía de su juventud el fútbol es para ellos más que un deporte, es su tabla de salvación.
La asociación Azahra, que promueve la práctica deportiva entre los adolescentes magrebíes con una finalidad formativa, colabora con la Consejería de Bienestar Social del Principado desde hace años, en especial desde la llegada masiva de menores extranjeros no acompañados a Asturias, que en su inmensa mayoría eran adolescentes marroquíes. Muchos de esos niños juegan o han jugado en el equipo de fútbol de la asociación y algunos también lo hacen en pequeños equipos regionales.
Observando cómo corren y regatean balones, colocan goles y, ya acabado el partido, se tienden al sol a descansar o dan vueltas en bicicleta alrededor del campo parecen ajenos a las estrecheces que han pasado hasta llegar aquí y de los peligros que les acechan. Se trata de chavales de entre 17 y 18 años, ninguno lleva más de dos años en Asturias, hablan castellano con mayor o menor destreza, de sobra para entender y hacerse entender. No fantasean: han venido a España a trabajar, a ayudar a sus familias y no quieren perder el tiempo.
Los nombres con los que nos referimos a ellos son ficticios, para preservar su intimidad; sus vivencias e impresiones se han recogido tal y como espontáneamente las han relatado ellos mismos. Son historias como la de Said, que tiene 17 años y lleva nueve meses viviendo en Asturias, ahora en una pensión. Entró en España desde Marruecos y cruzó la frontera escondido en los bajos de un camión, siguiendo el rastro de un amigo que había iniciado su aventura unos meses antes y había recalado en Asturias. «Él me llamó y me dijo que viniera», cuenta. No se entretuvo por el camino, llegó a Oviedo y, como el resto de sus compañeros, ingresó en la unidad de primera acogida del Centro Materno Infantil de Oviedo. Conserva la afición al fútbol que ya tenía en Marruecos. Aquí juega de central y comenta que durante tres meses lo hizo en el equipo ovetense La Fuerza de Guillén. Busca trabajo de camarero y estudia Hostelería. Por ahora, el trabajo no es una urgencia porque hasta los 18 años permanecerá bajo la tutela de la Consejería, que corre con su manutención y que le ha buscado alojamiento a través de un programa gestionado por la asociación «La Cruz de los Ángeles».
Nadie diría que Haled, con 18 años ya cumplidos, es el mayor del grupo reunido para entrenar ese día. Tiene cara de niño, observación que él acepta a sabiendas y con una mueca de resignación. Llegó hace dos años y ahora, que ya no está bajo la tutela del Principado, vive en un albergue que le ha buscado la asociación Azahra. Busca trabajo desesperadamente y desgrana su currículum, por si alguien puede ayudarle a encontrarlo: en junio empieza un curso de camarero y ya tiene un título de formación ocupacional en la especialidad de carpintería del metal. Procura no faltar a los entrenamientos que organiza Smaili. Él juega de medio punta y formó parte del San Esteban de Ciaño. Asturias, dice, es un buen lugar para vivir. Él se siente a gusto aquí y aquí ha decidido quedarse.
Kaled, el portero de 17 años, y Hassan, que ocupa el puesto del lateral y tiene la misma edad, cuentan historias similares a las de sus amigos. Todos pasaron la frontera bajo un camión, todos dejaron atrás a una familia que confía en ellos para mejorar su situación económica, han asumido responsabilidades de adultos a una edad en la que la inmensa mayoría de los jóvenes españoles aún no ha salido del nido.
«Estos chavales pueden dar mucho», opina Mohamed Smaili, «pueden quedarse aquí y trabajar en beneficio de la sociedad asturiana». Él, al que los muchachos escuchan con respeto, les da este consejo: «Vuestra vida como menores es muy corta. Aprovechad las oportunidades para entrar en la de adultos con buen pie». Y el caso es que en Asturias, reconoce, los niños tienen oportunidades para hacerlo. «La sociedad civil asturiana es pionera en muchas actuaciones. Lo que falla es la coordinación entre la sociedad civil, la Administración y las asociaciones», argumenta.
Falla también, añade, el seguimiento que se hace de estos jóvenes extranjeros. «No se les puede dejar en la calle, las asociaciones que se ocupan de ellos han de vigilar que asistan a las clases, porque el enemigo del menor es el tiempo libre», afirma. «¿Y cuando cumplen 18 años? ¿Qué pasa con ellos?», añade.
Mientras busca respuesta a cuestiones como esa, Smili intenta inculcar a los muchachos «fe en que llegará un futuro mejor para ellos» y, al verlos caminando juntos por la calle, en una distendida camaradería, parece haberlo conseguido. Tras el entrenamiento del domingo -uno de aquellos días del mes de abril que adelantaron la primavera-, los chavales almorzaron en el Centro Materno Infantil de Oviedo y con ellos se llevaron a su entrenador. Una semana después, dedicada al estudio y el trabajo, se repite el encuentro.
Smili: «Es fácil comprar un niño y hay gente dispuesta a ello»
El sueño de Ismaili es ver a alguno de sus chicos en un equipo profesional. Salvarlos del desarraigo, el aislamiento y la confusión de la adolescencia es, en un plano más real, su aspiración. «No hubiera querido ver niños buscando comida en la basura; es fácil comprar un niño y hay gente dispuesta a hacerlo», cuenta. Ismaili habla de los peligros a los que estos chavales están expuestos. Algunos escapan de la soledad con drogas baratas o se convierten en presa sexual de individuos sin conciencia. Con el fútbol, los muchachos olvidan sus vicisitudes y se divierten sanamente.
http://www.lne.es/secciones/noticia.jsp?pRef=2009051700_46_757328__Sociedad-y-Cultura-exclusion
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