La familia es para el niño el primer pilar existencial en el seno del cual va a aprender a ejercer su derecho fundamental, saber vivir. Vivir quiere decir satisfacer las necesidades biopsicosociales, estar protegido y aprender a proteger a los suyos, a interiorizar las normas y los valores propios de su grupo de pertenencia. Es un hilo conductor dirigido a construir esta identidad, que es indispensable para su integración en sus redes sociales y, por tanto, para asegurar la estabilidad en la edad adulta. Pero la realización de esta función esencial requiere unos utensilios, unos instrumentos económicos, culturales y sociales a fin de poder interactuar con el macrosistema, la sociedad y en armonía con la familia, que es la unidad de base; se trata de una adaptación recíproca.
Por su parte, la comunidad debe asegurar la inclusión social de sus miembros, y para lograrlo es necesario que pueda desarrollar competencias para los protagonistas de base, una comunidad activa no pasiva, que pueda favorecer la creación de un grado de autonomía, cada vez más compleja, ya sea a nivel de las familias o de los individuos. La claridad de las funciones de la familia y la comunidad, la adaptación recíproca entre los dos sistemas humanos interdependientes, el sistema comunitario y el sistema familiar son la única garantía para desbloquear los procesos de exclusión social. En cuanto al contexto familiar, éste está continuamente confrontado a una dinámica de adaptación, siempre en función de necesidades específicas inherentes al crecimiento y a la diferenciación de sus elementos constitutivos.
Desgraciadamente la familia no puede ir siempre más allá de sus capacidades biopsicosociales sin poner en juego su estabilidad y su funcionamiento interno. Es en este momento que la familia sufre de perversión, entonces, la familia, que debería ser un contexto de solidaridad, de amor, de protección, etc., pasará a ser fuente de sufrimiento y de obligaciones para sus miembros. Un ejemplo claro es el de los menores llamados "mal o no acompañados", que son la expresión de un fallo del sistema parental, en un contexto de carencias económicas, culturales, etc. Yo insisto mucho en las carencias culturales, porque se puede tener dinero y tener una carencia cultural, y es muy grave, porque no se puede interiorizar, no se puede interpretar y no se puede tomar postura y no se puede ser autónomo para poder emitir un juicio, para pensar y tomar decisiones con los propios criterios.
Los padres constituyen el eje primordial para una socialización funcional de los niños; si no están equipados para poder cumplir con esta tarea, el sistema familiar sufre de una perversión, los roles cambian. Un niño pasa a ser líder de su familia y asegura la función de encontrar la solución para asegurar la viabilidad de su propia familia; no puede imaginarse que no tenga familia, sin su familia moriría, y no puede imaginarse que esté sin familia, aunque ella no está a su lado, lleva siempre los equipajes de su familia.
Es por esto que no estoy de acuerdo sobre "el niño no acompañado", yo digo siempre que son niños migrantes con un equipaje flotante. Porque ellos llevan consigo las aspiraciones de sus familias, el deseo de enfrentarse a los papeles para poder hacer la reagrupación familiar; hay dibujos que muestran sus deseos de construir unos pies grandes para volver a juntar la familia. Hay que tener en cuenta que los mensajes que reciben estos niños por parte de la sociedad son mensajes muy contradictorios. Por una parte, hay mensajes de carácter humanitario, los derechos del niño, los derechos, la protección, la solidaridad, etc., y por otra, es una realidad muy contradictoria, cada vez con más medidas restrictivas, con personas que deciden que la única preocupación de esta sociedad desarrollada es decir qué se puede hacer con estos niños. Y esto es realmente muy grave. Esto va a complicar la percepción del niño y va a causar en él la confusión y el sentimiento de desvalorización.
En cuanto a los adolescentes que viven en procesos de trasplantación, me viene a la mente una metáfora que leí en un artículo remarcable que habla del trasplante, diciendo: cuando se quiere trasplantar un árbol, qué es lo que hay que hacer, hay que cavar muy, muy profundamente y hacer brotar y recoger la mayor cantidad posible de raíces, hay que trasplantar con mucho cuidado, con mucha delicadeza. Para trasplantarlo a un nuevo lugar hay que regarlo abundantemente y después esperar para ver lo que pasa. Este ejemplo lo podemos aplicar al ser humano, con el adolescente la única vía de intervención pide que recordemos esta metáfora.
Los seres humanos tendrían que poder beneficiarse de cuidados y de atenciones cuando se ven obligados a vivir en otra parte, las intervenciones sociales deberían preservar las raíces y los valores intrínsecos a sus equipajes originales, valorizar el origen, y no perseguirlos por el origen, aquí hay una diferencia. Cuando digo valorizar el origen de alguien no quiero decir que se tomaran medidas políticas, socio económicas para inmovilizarlo en el pasado, porque cada persona debe y tiene el derecho de ser comprendido por la comunidad de acogida, de ser escuchado y de desarrollarse –como el árbol que se acaba de trasplantar–, y en relación a su comunidad de origen, ésta debe poder permitir que estas personas puedan desarrollarse, y tomar distancia en relación a su cultura de origen sin que sufran persecución. No sé si me explico. Es un problema de las dos comunidades y ellos sufren presión de las dos comunidades.
Es evidente que la realidad actual es muy diferente. Personalmente, creo que la mejor acogida sería desarrollar objetivos de adaptación interactivos, de inserción socio económica y política, y a la vez el reconocimiento de un derecho a la diferencia en el país de acogida y en el país de origen. El derecho de distanciarse de la propia cultura, esta flexibilidad de una parte y de otra, facilita a los jóvenes la creación de un espacio de innovación, de creación, una cohabitación funcional.
Desde mi experiencia clínica con niños migrantes llamados "no acompañados", aparte del trabajo intrapsíquico, el modelo sistémico sobre una posición intercultural aporta una herramienta preciosa para ayudar a estos niños a establecer un proceso de reconciliación con su propia historia y el reconocimiento del bagaje que transportan. Hay diferencias, hay un lenguaje de los profesionales y después hay un lenguaje del Ministerio del Interior; el lenguaje de los profesionales es más amplio y nos permite acercarnos a las personas sin coacciones. Hay que desarrollar lo que se podría hacer, para que pueda recibir la base de un programa de estabilidad, como si lo hubiera recibido siempre, porque hay que integrar algo, tanto si se queda como si vuelve, él debe ser capaz de reutilizar, de reconstruir otra cosa, y esto será muy beneficioso para la comunidad de origen, para la comunidad de acogida y para la persona.
Yo, como terapeuta, como asistente social, etc. que voy a intervenir, me pregunto cómo puedo introducir algo para que el resultado sea beneficioso y funcional, no solamente para mí como profesional, sino para la comunidad de origen, la comunidad de acogida y el niño. Éste debe ser nuestro reto si no queremos adoptar el lenguaje "en qué tren los vamos a devolver". El objetivo terapéutico no debe consistir solamente en dar referencias culturales que representen nuestro sujeto-objeto de intervención, sino de reforzarle, por el respeto a la mirada de esta identidad que es la suya, porque ellos y sus familias trasplantadas han tenido que afrontar tempestades violentas del contexto actual. El adolescente es por esencia un proceso de mutación, de transformación, que expresa ruptura consigo mismo, es una tentativa de integración que no puede efectuarse sin un trabajo de separación y sin compromiso.
Nuestra posición en relación a la familia y a los niños en general debería ser escucharlos, ver qué aportan los padres, o bien ver qué es lo que no pueden aportar, ver al niño que está dentro de nosotros mismos. Esta posición de escucha interactiva, de respeto, de callarse –porque se tiene la tendencia a pedir demasiado a las personas, a decirles enseguida lo que hay que hacer–, esta actitud nos va a ayudar a construir hipótesis de trabajo desde una perspectiva de un contacto en el que el reconocimiento del sufrimiento no está resuelto. El hecho de reconocer que se tiene un sufrimiento que no ha llegado a resolverse es en sí una buena vía para empezar.
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