Esta historia no es real pero podría serlo, está compuesta por retazos de varias historias, reunidas al hilo de un Taller sobre la situación de los migrantes menores en España.
EL ORIGEN
Soy el tercero de 5 hermanos y desde siempre la emigración ha sido algo normal en mi familia: primero mis padres emigraron del campo a la ciudad, luego empezaron a pensar que podían mejorar un poco más si mi padre se venía a España unos pocos años porque muchos de sus amigos y parientes estaban trabajando en Francia, Alemania,..., y eso hizo. Pero entonces no había tantos problemas con los papeles: simplemente llegabas, conseguías un trabajo y con eso te daban papeles. Él nos mandaba dinero todos los meses y mientras mi madre nos cuidaba, intentando que no nos metiésemos en líos y que estudiásemos para no tener que sufrir igual que ellos (creo que en España pasaron cosas muy parecidas hace algunos años). Estuvo aquí 4 o 5 años.
Cuando mi padre volvió con nosotros yo ya tenía 10 años y en ese momento los amigos de mi hermano, que es un par de años mayor que yo, ya hablaban de cruzar ellos para ayudar a sus familias porque en Europa se puede ganar mucho más dinero. Así, sin pensarlo mucho y sin decírselo a mis padres, cuando tenía 14 años subí al puerto de Tánger con dos amigos de mi barrio, nos metimos entre la carga de un camión y cruzamos el Estrecho. Cuando llegamos a Algeciras esperamos a que se hiciese de noche para salir sin que nos viesen, pero no tuvimos suerte y cuando estábamos estirando los músculos apareció la Guardia Civil, nos pillaron y nos metieron en el siguiente ferry hacia Tánger. Al llegar otra vez a Marruecos, la policía marroquí nos detuvo, nos metieron en el calabozo y nos dieron una paliza. Decían que era para que aprendiésemos que lo que habíamos hecho estaba mal y que ni se nos ocurriese volver a intentarlo. A mi la lección me duró para 2 años.
En ese tiempo seguí viendo como todos mis amigos del barrio se iban yendo, sobretodo a España y a Italia, pero cuando intentaba convencer con mis padres me decían que no lo hiciese, que mi padre no había estado lejos de nosotros para que un hijo suyo pasase por todo lo que él había pasado. Con algunos de los que se habían ido algunas veces hablábamos por teléfono o sabíamos de ellos por la gente que venía de vacaciones. Decían que estaban en centros de menores donde les pagaban todo y que les iban a hacer los papeles, parecían contentos. A algunos los repatriaban y nosotros creíamos que era porque habrían hecho algo malo, por estar con el disolvente o por robar, aunque ellos decían que no, pero no los creíamos: ¿qué iban a decir? De otros no volvíamos a saber y nos imaginábamos que era porque tenían mucho trabajo y no tenían tiempo. Por eso en cuanto terminé el bachillerato les dije a mis padres que ya era un hombre y que me iba a ir con su bendición o sin ella. No les dejé otra opción que dármela.
EL VIAJE
Volví al puerto de Tánger, pero había mucho más control que la otra vez que había estado allí. También había muchos más chicos, muchos llevaban varias semanas esperando la oportunidad de colarse en los bajos de algún camión o autobús sin que los pillasen y algunos estaban ya enganchados al disolvente, que hacía que desapareciese el miedo y el hambre. Me encontré con un chico que conocía de mi barrio, pero no me quedé con él porque estaba todo el día colocado y robando para comer. Preferí intentarlo yo solo y no buscarme líos.
Tardé un par de días en tener mi oportunidad. En ese tiempo me di cuenta que los camiones que estaban a punto de embarcar en el ferry estaban mucho más vigilados que los que todavía iban a tardar, así que decidí meterme en los bajos de uno un poco más alejado que los demás. Allí estuve sin moverme 6 horas hasta que embarcó. En el ferry tampoco me atreví a bajar, ni en Algeciras. Seguí allí metido un montón de tiempo, muerto de frío, de cansancio y de sueño hasta que se paró en una gasolinera. Era de noche y me bajé. Vi que estaba en medio del campo y me escondí donde no había luz. Casi no me podía mover porque me había pasado debajo del camión más de 20 horas. Por el cansancio me quedé dormido entre unos matorrales. Cuando me desperté era de día y comencé a andar por el campo. Yo quería ir a Madrid, porque allí tenía algunos amigos que me podían ayudar, pero no sabía donde estaba, y tampoco sabía hablar castellano, sólo un poco de francés. Estuve andando hasta que me encontré con un señor que estaba cuidando ganado. Por señas le dije que tenía hambre, pero él empezó a gritar. Intenté hablarle en francés, pero él seguía gritando y me asusté. Me fui corriendo por si se le ocurría llamar a la Guardia Civil. Seguí andando hasta que se hizo otra vez de noche y vi las luces de otra gasolinera a lo lejos. Como estaba tan cansado y no había comido en 2 días decidí jugármela y me acerqué. Allí había varios camioneros cenando, uno de ellos me vio y me hizo señas para que me acercase, otro hablaba algo de francés y entre eso gestos les dije que tenía hambre y que quería ir a Madrid. Por suerte uno iba hacia allí y se ofreció a llevarme, me dijeron que no estábamos muy lejos. Así era, y en unas 3 horas llegué a Madrid. Eran más de las 12 y no tenía ni el número de teléfono de mis amigos, ni dinero para llamar a mi familia y decirles que estaba bien. Mis amigos me habían dicho que en Madrid, si tienes menos de 18 años la policía te tiene que llevar a una residencia cuando te encuentran.
LA LLEGADA
Eso fue lo que hice: esperé a que pasase un coche de policía y los paré. En el puerto de Tánger había aprendido a decir "yo soy menor, tengo 16 años" y en cuanto se bajaron del coche fue lo que les dije. Ellos me preguntaban cosas, pero no entendía nada, me hicieron señas para que subiese y me llevaron a una residencia que se llama Hortaleza. Allí es a donde van todos los chicos cuando llegan a Madrid y allí estuve yo 2 meses. Al día siguiente de llegar me dejaron llamar a mi familia, para decirles donde estaba. Cuando mi madre cogió el teléfono y me oyó empezó a llorar y tuvo que pasárselo a mi padre. Llevaban 5 días sin saber nada de mí, ni siquiera si estaba vivo o muerto. En la residencia me dieron ropa y empecé a aprender castellano. Durante el tiempo que estuve allí no podía salir sólo, siempre tenía que ir con un educador. Decían que era para conocernos mejor y que no nos metiésemos en líos. Me encontré con algunos chicos que había conocido en el puerto, también había españoles que les habían dicho que no podían vivir con sus padres y chicos de otros países, sobretodo de Sudamérica y Rumanía. Algunos no querían estar allí y se escapaban, otros se colocaban y salían a robar, o robaban a los demás chicos que estábamos allí. Yo no me quería meter en líos y me dedicaba a aprender castellano y a portarme lo mejor que podía. Me hice amigo de otro chico de mi edad, que pensaba como yo.
LA ESTANCIA
Después de esos 2 meses, casi de un día para otro, me mandaron a otra residencia. Ya empezaba a hablar y entender algo de español, pero la mayoría de las veces no me enteraba de nada de lo que me estaban diciendo, sólo cuando me hablaban despacito y con palabras fáciles, pero eso ocurría pocas veces. En la nueva residencia, al principio, la vida era como en Hortaleza: no podía salir solo, iba a un colegio que había allí dentro y siempre había alguien diciéndome qué tenía que hacer y a dónde tenía que ir. Luego me cambiaron a otro grupo donde ya podía salir solo. Allí había muchos otros chicos marroquíes, más de 20. A algunos los conocía de Hortaleza, por ejemplo mi amigo llegó una semana después que yo.
Con mi poco castellano les decía que quería ir a un taller para aprender un trabajo, conseguir los papeles y ganar dinero para ayudar a mi familia y mejorar. Me explicaron que estaban buscando una plaza para que yo estudiase en algún sitio, pero no me podían asegurar que fuese un colegio o un taller. Yo no quería ir al colegio, ya había ido en Marruecos, y a España había venido para trabajar, pero no quedaba otro remedio que esperar. Después de mes y medio me dijeron que tenía una entrevista para ir a un taller de cocina, donde iban otros chicos de la residencia. Fui y me cogieron.
Empecé a ir a clase. Casi todos los que íbamos a ese taller éramos chicos marroquíes, de mi residencia y de otras. Los días empezaron a parecerse mucho unos a otros: por la mañana me levantaba a las 7, iba a clase con algunos compañeros (aunque algunos no llegaban y se quedaban en la calle muchos días), volvía a comer a la residencia y por la tarde veía la tele, estudiaba un rato castellano o matemáticas o salía a dar una vuelta por el barrio hasta la hora de la cena. Después, por la noche, nos teníamos que acostar a las 11. Los fines de semana íbamos al cine, a un ciber, a jugar al fútbol, cosas así.
LA REPATRIACION
Una mañana me despertó el director de la residencia a las 6 de la mañana. En cuanto lo vi supe lo que pasaba: todo lo que me había esforzado por no meterme en líos, por aprender el idioma, por ir a clase,... no había servido para nada. Sólo me dijo: "Jamal, levántate. Vuelves a Marruecos hoy". Quise explicarle que no quería, que había venido para trabajar, pero detrás de él entraron dos policías y sólo le pude pedir que no me pusiesen los grilletes, que yo nunca le había hecho nada malo a nadie. Un policía me dijo que eso era imposible porque si no lo hacían yo me iba a escapar, mientras se acercó con las esposas en la mano. Intenté correr, pero entre los dos me sujetaron y me engrilletaron. A esas alturas ya se había despertado casi toda la residencia. Algunos de mis compañeros intentaban entrar en mi habitación mientras insultaban a la policía, pero los guardias de seguridad no les dejaban. Otros iban de un lado a otro avisando a los que todavía no se habían enterado de lo que pasaba. Todo a mi alrededor pasaba muy rápido, pero en mi cabeza parecía a cámara lenta. Me di cuenta que no podía hacer nada para evitar que me llevasen y me tranquilicé un poco. Le pedí a la policía que me sacase las esposas para ir al baño y vestirme, pero me dijeron que no. "No vaya a ser que se te ocurra irte por la ventana". Me acompañaron al baño y de vuelta a la habitación. Me dejaron ponerme unos pantalones y una chaqueta por encima de los hombros. Cuando intenté ponerme las deportivas, me las quitaron de las manos. "Mejor vas en chanclas, que así no puedes correr". Bajamos a la calle, me metieron en el coche de la policía y sin poder evitarlo empecé a llorar. Los otros chicos miraban y gritaban por las ventanas, pero yo ni siquiera podía entender lo que decían. Arrancaron el coche y me llevaron al aeropuerto. Allí tuvimos que estar esperando un buen rato. Mientras, el director me hablaba de que no tenía que tomármelo tan mal porque desde que había llegado me habían dicho que eso podía pasar y que él no tenía la culpa de que nos negásemos a creerlo. Por fin me subieron a un avión y nos fuimos a Marruecos.
Llegamos a Tánger casi a mediodía. A mi familia todavía no le habían dicho lo que pasaba y tardaron todo el día en localizarla. Cuando hablaron con ellos no podían entender por qué me habían echado si yo siempre le había dicho que me portaba bien y que estaba estudiando mucho. Llegué al día siguiente a casa. Mi padre estaba muy serio. "¿En qué líos te has metido para que te hagan esto?". "En ninguno, me ha tocado a mi como podía tocarle a otro", pero no me creyó del todo. Mi madre tenía una mezcla de alegría por verme y decepción. Salí por el barrio, pero no quedaba mucha gente de mi pandilla por allí: unos estaban en España, otros en Italia y de algunos no se sabía nada desde que se habían ido. Decidí quedarme un tiempo para disfrutar de mi familia y de los mimos de mi madre. Con los días creo que mis padres poco a poco se fueron creyendo un poco más que yo era el mismo que me había ido y que no había podido meterme en nada tan malo como para que me repatriasen. Y al mismo tiempo aumentaba la decepción, sobretodo cuando nos encontrábamos con vecinos o amigos que tenían hijos en España y que les mandaban dinero. De alguna manera yo me avergonzaba de no haber podido hacer lo mismo y de que mi familia no fuese una de las que iban por ahí presumiendo de que su hijo había estudiado en España, tenía papeles, trabajo y mucho dinero. Todo eso hizo que me decidiese a intentarlo otra vez. Al mes y medio de estar en casa se lo dije a mis padres y esta vez no intentaron convencerme para que me quedase.
LA VUELTA
Volví al puerto de Tánger, pero había mucho más control que la otra vez que había estado allí. También había muchos más chicos, muchos llevaban varias semanas esperando la oportunidad de colarse en los bajos de algún camión o autobús sin que los pillasen y algunos estaban ya enganchados al disolvente, que hacía que desapareciese el miedo y el hambre. Me encontré con un chico que conocía de mi barrio, pero no me quedé con él porque estaba todo el día colocado y robando para comer. Preferí intentarlo yo solo y no buscarme líos.
Esta vez ya sabía cómo hacerlo, me escondí en uno de los camiones que estaban todavía lejos del embarque y tardé como 15 horas en estar de nuevo en España. Me bajé, como la vez anterior en una gasolinera, pero como ahora ya sabía hablar bien enseguida encontré a un conductor que me pudo llevar a Madrid. Al llegar fui al piso de unos chicos que conocía de la residencia y que ya habían cumplido los 18 años, para que me dejasen quedarme unos días con ellos.
Ahí estoy ahora mismo. Me faltan 4 meses para cumplir los 18 años, no tengo papeles ni trabajo y no me atrevo a volver a las residencias de la Comunidad por si me vuelven a repatriar. Sé que no tengo muchas posibilidades de tener papeles, por lo menos en unos cuantos años, pero tampoco quiero volver a casa sin nada. Así que supongo que tendré que buscar trabajo de lo que sea para ir tirando hasta que las cosas mejoren.
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