Perspectiva institucional de los menores no acompañados en España
La situación de los menores no acompañados en España debe enmarcarse en el contexto de las transformaciones económicas, sociales, culturales y tecnológicas que han sufrido las sociedades modernas como consecuencia del avance de la globalización. De los progresos tecnológicos e innovaciones científicas surgirían las llamadas sociedades tecnológicas avanzadas y con ellas nuevas desigualdades sociales. Las transformaciones en los espacios, limitación de barreras y permeabilidad en las fronteras, ante lo que ha sido determinante la revolución de los transportes y de las tecnologías de la información, ha repercutido en la diversificación de flujos migratorios internacionales cuya proliferación dificulta el control estatal.
El fenómeno de los menores no acompañados en España ha venido precisamente de la mano de los flujos migratorios que si bien en países europeos tradicionalmente receptores de inmigrantes encuentran su expansión en la década de los ochenta y los noventa, en nuestro país coincidiría con la aproximación hacia el año 2000, fecha que marca un punto de inflexión entre el ascenso paulatino de los inmigrantes a partir de la década de los ochenta (por la apertura de mercados y revitalización económica, en pleno proceso de transición política), apenas dos décadas se sitúa a la cabeza de los países con mayor número de inmigrantes y, por ende, con mayor número de menores no acompañados.
La sorpresa institucional fue doble, primeramente porque en apenas dos décadas España había pasado de país exportador de mano de obra a primer país europeo receptor de inmigrantes, en segundo lugar porque debía hacer frente a un fenómeno totalmente desconocido y al que los servicios de protección existentes hasta el momento no estaban preparados: los menores no acompañados.
Vehiculando con frecuencia por los mismos circuitos migratorios que los adultos estos menores proceden de países vecinos o con cierta tradición migratoria como Argelia, Marruecos, Rumania y la región del África Subsahariana. Los menores no acompañados iberoamericanos apenas representan el 5% del total, cuya razón fundamental se encuentra en la dificultad de entrada aérea, frente a otras rutas como las terrestres y las marítimas, que acceden a fronteras más porosas. Se asientan precisamente, y también siguiendo las rutas de sus predecesores adultos, en las comunidades con mayores oportunidades económicas y por ende mayor presencia extranjera: Andalucía, Comunidad Valenciana, Madrid y Cataluña, y prioritariamente en zonas urbanas.
Dentro de la heterogeneidad que caracteriza al fenómeno se pueden encontrar unos rasgos genéricos: casi un 90% del total de los menores no acompañados son varones procedentes de familias muy numerosas, con las que mantienen relaciones regulares, y originarios del norte de África, la edad media se sitúa alrededor de los 16 años aunque cuentan con una madurez psicológica superior. Presentan gran movilidad tanto dentro del territorio nacional (España) como en la Unión Europea, buscando el modo de regularizar su situación cuanto antes y siguiendo oportunidades laborales. Suelen formar parte de las dinámicas reticulares y entran en las redes solidarias de inmigrantes con compatriotas que le ayudan en su llegada al país de acogida. No se relacionan con otros jóvenes autóctonos. Tienen un bajo nivel de calificación (algunos tan siquiera han terminado la enseñanza obligatoria) aunque sí algún tipo de experiencia laboral, desechan la idea del retorno por un proyecto de mejora de vida (personal y familiar) a partir del trabajo en la sociedad de acogida, que les lleva al mismo tiempo a rechazar sistemas de escolarización para decantarse por programas formativos con claro enfoque profesional. Los menores procedentes de familias con ambientes estables afectiva y económicamente apenas representan un 10% del total. Son casi tan numerosos aquellos que tienen una situación familiar afectivamente estable aunque escasos recursos, como los que habitan en un ambiente inestable, con condiciones precarias o incluso están totalmente desarraigados formando parte de los denominados 'niños de la calle'.
La irregularidad administrativa de la mayoría de los menores no acompañados se produce desde el instante mismo en que acceden al territorio (entran de modo irregular). Una vez detectados, generalmente en la frontera, pasan a disposición de la administración competente en protección de menores, aunque el primer intento se centra en una repatriación cada vez más inviable por la ausencia de identificaciones reales para la localización de las familias (se entiende, a priori, que el mejor lugar para un menor es su propia familia y su entorno social natural).
Los menores cuentan con protección jurídica estatal, además del reconocimiento de todos los derechos establecidos en la Convención Internacional de los Derechos del niño, ratificada por España, que no conocen de discriminación entre menores autóctonos o extranjeros, en situación regular o irregular. Los principales instrumentos estatales son la Ley 1/1996 de 15 de enero de Protección Jurídica del Menor y de modificación parcial del Código Civil, y de la Ley de Enjuiciamiento Civil. Además se ven concernidos por la legislación de extranjería y, en menor medida o mejor: en casos puntuales, de asilo.
Intervienen en la atención a menores no acompañados las administraciones estatal, en lo que concierne a materia de extranjería, y autonómica, al tener las comunidades transferidas la competencia en materia de protección de menores. El Ministerio fiscal, por su parte, vela por los intereses y derechos del menor en todo el proceso. Complementa a estas acciones la labor de organizaciones no gubernamentales y de agentes locales.
Sin embargo, existen todavía muchos menores más no identificados y por lo tanto fuera de los circuitos de protección, completamente invisibles para las administraciones. Sobre el número de menores que pueden vivir en las calles españolas no han datos fiables, la media indica que desciende a los 15 años y proceden fundamentalmente de Marruecos. El grueso del colectivo lo formarían menores que no habiendo cumplido sus expectativas se escapan de los centros de acogida e inician una vida en la calle conducente hacia la marginación y exclusión, bajo el telón de fondo de la delincuencia y violencia callejera. En todos los casos existen problemas de aceptación y adaptación a los sistemas de protección, ya que los considera menores cuando su experiencia vital les hace comportarse y sentir como adultos. Las estrategias de intervención en estos casos son, cuando no complejas, prácticamente imposibles de llevar a cabo: son niños invisibles (no identificados, no localizables, inexistentes institucionalmente) y en muchas ocasiones son ellos mismos dueños de su situación, se trata de una invisibilidad voluntaria ante la cual casi sólo queda el trabajo desde el origen, como prevención en los puntos de partida de inmigración irregular.
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