La atención residencial a menores, ayer y hoy
EL INSTITUTO Insular de Atención Social y Sociosanitaria del Cabildo de Tenerife tiene la responsabilidad de proteger a los sectores más vulnerables de la isla, siendo la infancia, y con ello, su familia, uno de los sectores que mayor sensibilidad despierta en la población.
El panorama en la protección infantil ha sufrido un cambio radical durante los últimos 15 años, pero especialmente desde los años setenta hasta la actualidad. En este sentido, hemos de recordar que la infancia desamparada era fundamentalmente sin recursos económicos; y que ahora los niños y las niñas que precisan atención residencial son víctimas de situaciones de grave maltrato infantil, que en ocasiones han causado un grave daño en la forma en que los menores se comportan y afrontan su vida.
La historia del acogimiento residencial es muy extensa, dado que ha estado presente en la asistencia a los niños y niñas abandonados y desprotegidos durante muchos siglos y con diversas denominaciones, como Casa de Expósitos, de Misericordia, Casa Cuna, Hospicio, etc.
Realizar un resumen histórico sobre los centros residenciales de protección a la infancia en Tenerife, y por tanto en España, es una tarea compleja por varias razones. En primer lugar porque se trata de una medida cuyos orígenes se remontan muchos siglos atrás, lo que condiciona la necesidad de una cierta perspectiva histórica. En segundo lugar, porque, aun cuando en la actualidad el tema se sitúa en el contexto de los servicios sociales como sistema público de protección, las medidas residenciales han tenido que sufrir un fuerte proceso de transformación para clarificar su posición dentro del Sistema de Protección Infantil y asumir las directrices que el sistema de servicios sociales exige.
Muchos autores son los que describen la evolución histórica del acogimiento residencial a menores en todo el territorio nacional. Entre los más relevantes, el profesor Jorge Fernández del Valle, de la Universidad de Oviedo, y experto de reconocido prestigio internacional, señala que las primeras instituciones que aparecen en España estaban destinadas a recoger a los niños huérfanos o expósitos. Estos últimos tomaban su nombre de la llamada exposición, costumbre muy frecuente desde la era romana, que consistía en el abandono del niño en la calle a la vista de los transeúntes. Las casas de expósitos y los hospicios comenzaron a funcionar en algunas ciudades españolas ya desde el siglo XIII, multiplicándose por toda la geografía española con muy diversos nombres, como Casa Cuna, Inclusa, Casa de Misericordia, etc. Desde la perspectiva de la infancia, sin embargo, se puede hablar de instituciones específicas a partir de comienzos del siglo XVI. Estas instituciones van a conformar el marco de atención a la infancia abandonada hasta el primer tercio del siglo XX.
En conclusión, podría decirse que el panorama de atención a los niños en España en las décadas posteriores a la guerra civil y hasta bien entrados los años ochenta consistía en una amalgama ciertamente desordenada de organismos cuya finalidad era recoger a los niños que tuvieran situaciones familiares de precariedad.
Durante décadas, la historia de la atención a la infancia desprotegida se basaba en una respuesta única y universal: la colocación del niño en una institución que pudiera cubrir sus necesidades más elementales en sustitución del ambiente familiar, ya fuera por carecer de él o por ser deficitario.
Todavía a mediados de los años ochenta, la medida de la institucionalización en España era la respuesta predominante. Lo más relevante ocurrido a lo largo de estos últimos 20 años en la protección infantil española está relacionado con el hecho de que los Servicios Sociales de las Comunidades Autónomas, Cabildos y entidades locales ha debido asumir casi todas las competencias de la protección infantil partiendo de unos principios de actuación diferentes a los que hasta entonces se venían aplicando.
En Canarias, la aprobación, en el año 1997, de la Ley Integral del Menor, supuso un antes y un después dentro de la atención a la infancia. Durante los últimos trece años, a partir de dicha ley, se ha pasado de un modelo asistencial, principalmente basado en la beneficiencia, a un sistema profesionalizado. El cambio legislativo y la transferencia de competencias supusieron una brusca "desjudicialización" y el inicio de un proceso de descentralización en el afrontamiento de las situaciones de desprotección infantil. Como es lógico, hizo falta un gran esfuerzo de reconstrucción y redefinición de muchos de estos recursos residenciales, cada uno con su propia historia.
Para hacernos una idea de la situación actual del acogimiento residencial, es conveniente considerar la evolución que ha tenido a lo largo de los últimos años, donde se ha pasado de un modelo basado en la beneficiencia o asistencialismo a otro profesionalizado, con el que se pretende trabajar, desde la perspectiva educativa, con personal cualificado, desarrollando proyectos o programas individualizados para cada caso, en hogares o centros con un número de plazas limitadas. Todo ello siguiendo el principio de normalización, según el cual se pretende que la vida que desarrollen estos niños y niñas sea lo más parecida posible a la que desarrollan los niños y las niñas que viven con sus familias.
Las unidades de convivencia (hogares, centros o residencias), son la realidad física y concreta en donde se desarrollan los principios y estándares de calidad del acogimiento residencial. Por ende, son aquellos en los que los niños y las niñas cuya tutela o guarda ha sido asumida por la Dirección General de Protección del Menor y la Familia reciben una atención integral durante el tiempo necesario para conseguir la reintegración en su familia de origen o, cuando ello no sea posible, para su inserción en acogimiento familiar o adopción, o, en su caso, durante el tiempo que trascurra hasta que cumpla la mayoría de edad o se emancipen; y cuyo objetivo es el de ofrecer una atención y educación integral en un marco de convivencia adecuado durante su periodo de estancia en el centro, fomentando su autonomía personal y su integración en el ámbito comunitario a través de programas adecuados que posibiliten el desarrollo de sus capacidades.
Hoy en día contamos con una red tupida de recursos y dispositivos que dan cobertura a las diferentes problemáticas que giran alrededor de los menores y sus familias; en concreto, además de la Unidad de Infancia y Familia dependiente del Cabildo Insular de Tenerife, contamos con muchas otras Administraciones y entidades que giran alrededor de los recursos de protección a la infancia, tales como la Fiscalía del Menor, la Dirección General del Menor y la Familia, los servicios sociales comunitarios dependientes de los ayuntamientos, entidades colaboradoras que gestionan hogares y proyectos especializados, además de todos los colectivos y profesionales que trabajan en dichos dispositivos, ya sean educadores, trabajadores sociales, pedagogos o psicólogos.
Por todo ello, podemos, y debemos, afirmar que durante los últimos años en Canarias, y particularmente en la isla de Tenerife, se ha avanzado mucho en materia de infancia y familia. Y de este hecho son responsables todas las administraciones, entidades, agentes y profesionales del sector. Gracias a los cambios experimentados en este sector en la última década, se ha superado un modelo de atención eminentemente asistencialista, para pasar a un modelo de promoción social y de reconocimiento de derechos, que ha supuesto la profesionalización del sector; dotándolo de los medios, recursos y personal necesario, para ofrecer una respuesta adecuada a los menores y sus familias.
Para finalizar, como consejera insular de Servicios Sociales quiero destacar la encomiable labor de los profesionales que día a día trabajan en los centros de menores, y en especial los trabajadores del Hogar Sagrada Familia. Quiero mostrarles el apoyo que requieren en este momento tan difícil, cuando, por una actuación deplorable de un trabajador, se pone en tela de juicio todo el trabajo y buen hacer construido durante años. También, mencionar a todos los niños y niñas, junto con sus familias, que por diferentes motivos han tenido que pasar por algunos de nuestros recursos. Por ellos, y por las complejas y dramáticas circunstancias que atraviesan, es por lo que todos seguiremos dando lo mejor de nosotros mismos.
*Vicepresidenta y Consejera Insular de Bienestar Social. Presidenta del Instituto de Atención Social y Sociosanitaria. Cabildo Insular de Tenerife
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