Los MENAS (menores extranjeros no acompañados) son esos jóvenes, a veces niños, que, atraídos por los brillos y apariencias de nuestra sociedad, e impulsados por la escasez y miseria de la suya, emigran buscando una vida mejor; a veces, tan sólo vida.
Aquí en España, suelen proceder de países africanos, especialmente de Marruecos o África Subsahariana y, en su hoja de ruta hasta llegar aquí, pasan días y días de viaje, atravesando países, en los cuales van dejando compañeros de viaje que, por un motivo u otro, no han podido continuar y sumando otros mientras van pasando los días o meses de espera hasta conseguir dinero.
Cuando salen de sus casas, unos lo hacen con conocimiento de sus padres, otros no, y los llaman cuando ya están preparados para salir del país. Son conscientes de que en casa hay demasiadas bocas que alimentar, y el intentar llegar al "paraíso" y enviar dinero a casa se convierte en una tentación y un reto. Luego vienen las noches en camiones, barcos, pateras, bajos de autobuses…Cualquier medio es válido con tal de llegar al destino final.
Esos menores, si consiguen llegar a España, son acogidos en Centros de Menores por las Administraciones de las Comunidades Autónomas, y se inicia un proceso de documentación, estudio sanitario, psicológico, para intentar buscar los mejores recursos para él, aunque en muchas ocasiones irá al que sea posible.
Comienza entonces el proceso de escolarización y de clases en español, para continuar con formación e inserción laboral; mientras, viven en centros de la Administración , pisos o residencias; normalmente hasta llegar a la mayoría de edad, o algo más, según las situaciones particulares.
En este proceso están acompañados por educadores que apoyan el desarrollo de su de adaptación. Sufren enormes cambios a todos los niveles (cultural, social, sanitario…): vienen a otro mundo y saber descubrirlo y adaptarse es esencial para poder seguir sobreviviendo. Este es su reto principal y en él ponen todas sus energías
Los jóvenes vienen cada vez con menos edad para poder aprovechar la formación académica y profesional gratuita en nuestros países. Eso supone también que habrá más tiempo para trabajar con ellos, en un proceso de desarrollo integral de su persona. Aunque luego les espera esa "espada de Damocles" en forma de crisis económica que últimamente les está cerrando las puertas al trabajo. Si no lo consiguen, quedan condenados a la exclusión, pues, al no cotizar un mínimo a la Seguridad Social , no obtendrán la renovación del permiso de residencia y pasarán a ser "ilegales", en tierra de nadie.
Su tendencia a vincularse a los profesionales educativos, sanitarios o sociales que les tratan bien es importante ya que, en general, no tienen referentes sociales ni afectivos, sino que los van haciendo en su caminar por nuestra sociedad. De ahí la importancia que tenemos las personas que somos referentes para ellos en cualquiera de estos ámbitos:
Quienes tienen que tramitar "sus papeles", documentación, pues sin ellos no son nadie y están expuestos a la más absoluta intemperie.
Quienes se ocupan de su salud en un mundo para ellos desconocido y que les descubren otra forma de acoger y tratar en momentos delicados de enfermedad.
Quienes son su puente cultural enseñándoles una lengua sin la que se quedarían extramuros para ser alguien aquí.
Quienes les apoyamos en su proceso de inserción laboral, antesala de la plena autonomía e integración social.
Y, en general, todas las personas que consideran que este mundo es de todos, que el haber nacido aquí o allí no debe condenarte de por vida y que las sociedades multiculturales pueden ser ricas y felices.
Por ello, el proceso de la acogida e integración de estos MENAS es un reto colectivo, del conjunto de la sociedad, que pasa de una manera especial por los profesionales que tratamos con ellos; reto que transciende lo individual y el presente y se proyecta con fuerza en el modelo de sociedad que queremos y en el futuro. Pues estos MENAS de hoy, auténticos niños obligados a crecer rápido, son los hombres y mujeres de mañana, que, estén aquí o en otro país, proyectarán lo que han vivido y recibido en esa sociedad que construyan. De ahí nuestra responsabilidad.
EL PARTIDO DE LA VIDA Andrés Esteban Educador
Hicham está sentado en el banquillo de los suplentes de su equipo de fútbol; observa inquieto el juego de su equipo. Acaba de comenzar la segunda parte y continúa el empate a cero. Sólo van cinco minutos; todavía le queda un rato hasta que salte a jugar. Está impaciente.
El polvo que se levanta y el fuerte sol que cae le hacen recordar el calor de su tierra, esa de la que salió hace ya un año y medio; le viene a la memoria cuando jugaba en aquel campo de tierra, y piedras, en su añorado pueblo.
Y recuerda a su madre, siempre trabajando, y a su padre, tantas veces ausente, y a sus queridos hermanos, compañeros de juegos. ¡Cuánto le costó tomar la decisión de salir en dirección a España! Pero no había mucha opción; la pequeña empresa de construcción de su padre no daba para seis hermanos, y, además, estaba la experiencia de su hermano mayor en España, que no había sido negativa.
Se le acumulan la imágenes del pasado: la separación de sus hermanos pequeños, los lloros; las penurias pasadas en el trayecto, salvadas junto a Abdellah, su auténtico hermano de correrías; la llegada a Tánger para de allí pasar a España; el hueco en el autobús; la salida del ferry hasta la explanada de autobuses de Algeciras. ¡Ese día hubo suerte! La policía no dirigió la atención a ese autobús; los perros no registraron, como en su día le paso a Osazuwa, otro amigo al que deportaron cuando ya estaba en España.
"¡Hicham¡" La voz de su entrenador llamándole le saca de sus recuerdos. "¡Sal a calentar¡". Se le ha pasado el rato sin darse cuenta. Aunque ya sabía que saldría cuando faltasen unos treinta minutos, que es lo que suele jugar, obligado por su enfermedad, la anemia denoprocítica, como dicen los médicos.
Éste fue otro de los motivos por los que vino a España: sabía que su salud era frágil y que aquí podía ser mejor atendido, sin revivir el horror de las heridas en la tripa que le hicieron en su pueblo y le han dejado cicatrices para toda la vida.
Y, mientras empieza a realizar sus ejercicios de calentamiento, recuerda su entrada en el Centro de Menores, su primera relación con los educadores, que pasó de la desconfianza al cariño, especialmente con los de la residencia donde vive desde hace unos meses; también su pediatra, que para él (junto con la trabajadora social), es la tabla de salvación al tener que estar permanentemente pendiente de sus complicaciones de salud.
Mientras estira sus músculos se siente afortunado, por sus educadores, por su residencia, por tener los papeles en regla…¡Es el momento de saltar al terreno de juego! Se despoja del cabezal del chándal y con él de los recuerdos; se coloca bien la camiseta y, al estirársela, no puede evitar rozar sus cicatrices. Pero cierra ese álbum de fotos del pasado, mira al compañero al que sustituirá y una sonrisa ilumina su rostro al chocar sus manos y entrar al campo. El partido sigue cero a cero y todavía queda tiempo para ganarlo.
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