Hijos del desencanto Los primeros catalanes de la inmigración exigen atención Los incidentes de Salt han hecho saltar todas las alarmas al destapar la cara más cruda de una inmigración con dificultades para cohesionarse con la sociedad de acogida
Vida | 20/01/2011 - 01:40h Javier Ricou
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Los incidentes de Salt han hecho saltar todas las alarmas al destapar la cara más cruda de una inmigración con dificultades para cohesionarse con la sociedad de acogida. Y el hecho de que la mayoría de los protagonistas de esa historia sean menores agrava aún más el problema. Son hijos de inmigrantes, que no encuentran –a pesar de que muchos han nacido ya en Catalunya– ese mundo de oportunidades que habían imaginado para ellos sus padres.
Rachira y Mari Luz se cuentan entre ese grupo de madres desilusionadas por el incierto futuro que atisban para sus hijos. La primera llegó hace veinte años a Barcelona y en esta ciudad nació, hace una década, su hija Dunia. La niña estudia en un colegio con mayoría aplastante de hijos de inmigrantes y su madre se esfuerza por apartarla de ese mundo y apuntarla a actividades con marcado sentimiento catalán para que la niña se sienta como una ciudadana más de este país. Mari Luz, que abandonó Bolivia para escapar de los malos tratos de su esposo, sufre ahora en Barcelona porque su hijo mayor, de 12 años, tiene muchos números de ser captado por alguna banda latina. Son sólo dos ejemplos, pero hay muchos más, afirma Hannan Serroukh, impulsora de un proyecto bautizado Euroaplec, que trabaja para la cohesión social de esa primera generación de catalanes, hijos de familias inmigrantes. Un trabajo más complicado de lo que a priori podría pensarse, revela Hannan, "porque el actual sistema no acierta con los programas que deberían perseguir esa plena integración". Las algaradas de Salt "son sólo la primera chispa", alerta Hannan, hija de madre marroquí pero nacida en Barcelona. "La factura que puede pagar esta sociedad, si no se trabaja con estas primeras generaciones de hijos de la inmigración, podría ser en el futuro muy alta", insiste la impulsora de Euroaplec. La frustración, fracaso en los estudios y la falta de oportunidades es el gran mal de muchos de estos adolescentes, que viven en sus propios mundos sin apenas contacto con el resto de la sociedad de acogida. "Si no salen de ahí, cuando sean adultos no se van a sentir catalanes, ni tampoco identificados con este país, a pesar de que esos niños no conocen ahora mismo ningún otro lugar", augura Hannan.
El gran temor es que puedan repetirse incidentes como los de Salt o altercados más graves como los registrados en los suburbios de París, por el desencanto de unos adolescentes que, pese a ser catalanes con plenos derechos, no ven un futuro claro.
Rachira asegura que cuando ella llegó a Barcelona, hace ya más de veinte años, había más oportunidades para los inmigrantes que ahora. "Entonces no había tanto gueto y era más fácil la cohesión con el resto de la sociedad", afirma la mujer. Esa situación favoreció, por ejemplo, a Kangyun Xiao, que colabora también con el proyecto Euroaplec. A los 12 años abandonó China con sus padres y hoy, con 26, es abogada y defiende a los catalanes, como letrada del turno de oficio. La historia de Xiao es la del éxito, pero casos como el suyo son escasos. Rachira ya firmaría ahora para que su hija encontrara el camino de esta joven abogada china. Por dedicación y esfuerzo de la madre no será, pero esta mujer echa en falta políticas más efectivas "y menos propaganda y mercantilismo con los inmigrantes". Porque lo que exige Rachira es igualdad de oportunidades con el resto de los catalanes.
Rachira, madre de Dunia - 48 años "Llevo a mi hija al 'esplai' para que se sienta catalana"
Rachira emigró de Marruecos hace veinte años. Vive en Barcelona y se siente tan catalana como su hija Dunia, que nació en esta ciudad hace una década.
Pero una cosa son los sentimientos y otra, muy diferente, la realidad del día a día que le toca vivir a esta familia en una sociedad que peca, según esta mujer, de políticas equivocadas en los planes de integración.
Rachira quiere para su hija lo mejor. Hasta aquí todo normal. Pero el entorno en el que está criando a Dunia no parece el más adecuado para ver cumplidas esas aspiraciones. El colegio que le toca a Dunia, frente al Arc de Triomf, es como una gran aula de Babel. Hay niños de todas las nacionalidades, pero apenas ningún escolar hijo de padres catalanes. Y ese ambiente no es el que Rachira tenía planeado para su hija, nacida en Barcelona y catalana de primera generación. Ese entorno obliga a Rachira a esforzarse para que su hija se sienta "una catalana de primera". Pero eso, añade esta madre, "no es posible en una escuela reservada para hijos de inmigrantes". La solución consiste enmatricular a Dunia en actividades, con marcado sentimiento catalanista, fuera de ese colegio. La niña ha frecuentado un esplai, los fines de semana, desde que tenía 4 años. Y ahora va a clases para aprender el 'ball de bastons'. Es la fórmula que Rachira, en la medida de sus posibilidades, a ideado para que Dunia vea otro mundo y viva otras experiencias. "Si no la saco de esa escuela y del entorno de la calle, mi hija, a pesar de haber vivido toda su vida en Barcelona, jamás conectará con la
sociedad catalana". Rachira no prohíbe a su hija que se relacione con otros hijos de inmigrantes, pero si hay que decidir entre que Dunia pase un fin de semana en casa de una amiga árabe o un esplai, el dilema no admite discusión. "El problema es que muchas familias extranjeras con hijos nacidos en Barcelona no aceptan ni asumen que esos niños son catalanes con plenos derechos", afirma esta madre. Por eso quiere alejar a su hija de ese ambiente. Rachira concluye que dos décadas atrás la integración era más fácil, al haber menos guetos.
Dunia nació en Barcelona hace 10 años, pero su entorno dificulta la integración
Yulia, madre de gemelos - 29 años "Aquí tendrán más oportunidades que en Rusia"
Yulia tiene muchas esperanzas puestas en Barcelona. Es rusa, tiene 29 años y trabaja en el mundo de la moda y la publicidad. Después de haber vivido en diferentes ciudades europeas, recaló el pasado verano en Catalunya con intención de quedarse. La prueba de esas intenciones son los dos gemelos,
de 7 años, que hace sólo unos pocos meses se han reunido con su madre en
Barcelona. El proceso de integración de estos dos niños y Yulia no ha hecho
más que empezar. Por eso la joven toma nota de las experiencias de Rachira o Mari Luz –a las que ha conocido al coincidir sus hijos en el mismo colegio–,
quienes hace ya años dieron el paso andado por esta ciudadana rusa. La primera percepción de Yulia: "Barcelona parece una ciudad mucho más abierta y acogedora que otras en las que he vivido, como Londres". Tras reunirse con sus hijos –que vivían en una zona rural de Rusia con los abuelos maternos–, a esta joven le preocupa ahora la adaptación de esos niños en este nuevo mundo. Escucha con mucha atención lo que le cuentan Rachira y Mari Luz, en cuanto a las dificultades que ellas están teniendo para la plena integración de sus hijos en Catalunya, y confía en que esas historias no se repitan con ella. "El principal problema de mis dos hijos es, ahora mismo,
el idioma. Pero superada esa fase y dada su corta edad, creo que en Barcelona van a tener muchas más oportunidades que en Rusia", afirma Yulia.
Esta joven modelo, que ahora está buscando trabajo, es consciente de que no lo va a tener fácil en esta nueva aventura. Pero en esta primera etapa no parece tan preocupada, como las otras dos madres, por el hecho de que sus hijos acaben atrapados en un entorno reservado sólo para hijos de inmigrantes, hayan o no nacido en Catalunya. "En el caso de los rusos no
suelen formarse guetos, pues no somos muy dados a reunirnos fuera de nuestro país", revela Yulia. Pero lo que no puede negar es que sus dos gemelos aún no tienen, cuando ya hace más de medio año que llegaron a Barcelona, ningún amigo de padres catalanes. Y eso ocurre porque esos compañeros no van a su escuela.
Mari Luz, madre de Isabel y Aloi - 33 años "Temo que mi hijo acabe en una banda latina"
Mari Luz, de 33 años, llegó a Barcelona en el 2005. Su esposo la maltrataba
y para escapar de ese infierno abandonó su país, Bolivia, para iniciar una nueva vida a miles de kilómetros de su familia. Una vez asentada en Catalunya se trajo a sus hijos, Isabel y Aloi, que ahora tienen 7 y 12 años. La pequeña llegó a Barcelona cuando aún era un bebé, y el mayor apenas
recuerda detalles de su anterior vida. Isabel y Aloi son más catalanes que bolivianos, afirma su madre, pero, al igual que otros muchos hijos de inmigrantes, pasan más tiempo con niños de padres extranjeros que con menores de familias catalanas. Y ahí está el principal foco del problema que impide la plena cohesión social entre unos y otros. Mari Luz está muy preocupada por el futuro de sus hijos. La nueva vida que había soñado para
ellos no se atisba. El entorno en el que ahora se mueve el mayor de sus hijos, confiesa esta madre, "es más peligroso que el ambiente que tendría si nos hubiésemos quedado en Bolivia". Uno de los riesgos que más teme Mari Luz es que Aloi sea captado por algunas de las bandas latinas que proliferan en Barcelona. Cuando Mari Luz llegó a Catalunya jamás imaginó que esos peligros podrían acechar algún día a sus hijos. "Lo que ven ellos cada día en la calle –la familia vive cerca del barrio del Born– no es bueno para su educación". A esta mujer tampoco le gusta el ambiente en el que se están criando esos niños, rodeados de hijos de otros inmigrantes. Pero Mari Luz no dispone de medios para cambiar de barrio o buscar otra ciudad en la que vivir. Y el futuro más inmediato no puede ser, para esta mujer, más desalentador. Aloi tendrá que ir el próximo curso al instituto. Le toca el que
hay junto a la escuela en la que ahora está matriculado –frente al Arc de Triomf–, pero Mari Luz no quiere que vaya a ese centro. "Todos los alumnos que hay ahí son hijos de padres inmigrantes, y el ambiente no me gusta". En este entorno les va a resultar muy difícil a Aloi y su hermana, Isabel, disfrutar de las mismas oportunidades que el resto de los catalanes. El peligro es que todo acabe en abandono de estudios y frustración.
"El ambiente de aquí es más peligroso que el de Bolivia", alerta Mari Luz
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