De la patera a educador en las aulas
JOSÉ BASURTO - Lunes, 1 de Marzo de 2010 - Actualizado a las 09:07h.
Lahcen Ouhda, un joven bereber con nacionalidad marroquí, posa en la Plaza Moyúa de la capital vizcaina. (FOTO: PABLO VIÑAS)
DESDE que era muy pequeño, Lahcen se dio cuenta de que no tenía futuro en su pueblo, un oasis en el desierto marroquí. Era feliz estudiando en la escuela y rodeado de su numerosa familia, compuesta por sus padres y once hermanos. Sin embargo, Lahcen sabía que si quería progresar en la vida debía abandonar a sus seres más queridos. Con suerte, si se quedaba en Tissammoumen, el porvenir le depararía un par de ovejas y cabras, y un huerto para sobrevivir.
Ante esa disyuntiva, Lahcen optó por emigrar. La primera vez lo intentó sin suerte en los bajos de un camión. Tenía 15 años. La segunda, un año después, de la misma forma y con el mismo resultado. Y la tercera, a los 17 años, lo consiguió. Lo hizo en una patera. Llegó a Tarifa, atravesó la península y se presentó en una comisaría de la Ertzaintza en Bilbao. Ingresó en el centro de menores de Loiu y aquello le cambió la vida. Lahcen aprovechó todas las oportunidades que le brindaron.
Hizo todos los cursos de formación que pudo y hoy en día, nueve años después, trabaja en varios centros de menores para que los jóvenes se integren en la sociedad vasca y "no anden por ahí robando carteras".
Aunque él no lo diga, Lahcen es un ejemplo a seguir. Lo saben quienes han visto su trayectoria y le han contratado para que imparta clases de "integración social" en varios centros de menores de la Comunidad Autónoma Vasca. Lahcen se limita a dar una serie de consejos a los jóvenes, pero, sobre todo, a contar su historia. Una historia que se inició en 1999 en un remoto pueblo de Marruecos, cuando contaba con 15 años. "Allí sólo hay desierto y miseria", sentencia este joven bereber.
Con las ideas claras y una valentía propia de un chico desesperado, Lahcen se despidió de su familia. Cogió un autobús con destino a Nador. De allí se trasladó a la frontera melillense para montarse en los bajos de un camión. "La policía me descubrió, me dieron dos tortas y me mandaron de nuevo a casa", recuerda Lahcen. Esa mala experiencia no le hizo cambiar de idea.
Al año siguiente, cogió el petate para emprender de nuevo la aventura.En esa ocasión puso rumbo a Tánger con la intención de pasar el Estrecho en los bajos de otro camión. Sin embargo, también le descubrieron antes de pasar la frontera.
PATERA En casa otra vez, Lahcen decidió que debía acabar el bachiller antes de acometer la siguiente tentativa. Quería terminar a pesar de que sabía que sus padres no le podían pagar unos estudios universitarios.
Así que, acabado el curso, trabajó unos meses en la construcción y con lo ahorrado, "unos 200 euros", se trasladó a Tánger. Era septiembre de 2001. Tenía 17 años. Allí contactó con otros jóvenes que pretendían hacer lo mismo que él.
Tras varios días "vagando por las calles", consiguió un billete en un patera para intentar alcanzar El Dorado español. "Salimos de noche de una playa a las afueras de Tánger", relata Lahcen. "Íbamos unas 65 personas en la patera, lamayoría tenía entre 20 y 23 años; yo era el más pequeño". La navegación fue buena hasta que llegó el momento del desembarco, en un punto que no recuerda entre Cádiz y Tarifa.
"Cuando estábamos ya cerca de la costa, la gente se puso muy nerviosa, entró el pánico y volcamos", recuerda. Por suerte, aquello no acabó en tragedia. "Un joven estuvo a punto de morir ahogado. Me imagino que se salvaría, porque una vez que llegamos a tierra todo el mundo salió disparado hacia el interior para no ser descubierto por la policía", revive Lahcen aquellos trágicos instantes.
Lahcen y otros tres chicos se adentraron en el monte. No tenían ni comida ni rumbo a seguir. "Sólo sabíamos que teníamos que ir hacia el norte", comenta. Pero su orientación les falló y, tras unas duras jornadas abasteciéndose de comida silvestre, llegaron a Málaga, cuando creían que estaban en Sevilla.
Allí cogió un billete para viajar a Castellón, donde residían unos familiares. En la ciudad levantina le aconsejaran que se fuera a Bilbao o Barcelona, donde existían "buenos centros de menores". Lahcen eligió Bilbao como destino. "Mi primera impresión fue el de una ciudad grande, oscura y fría. Además estaba muy nervioso".
LOIU Lahcen y otro amigo se presentaron en la Ertzaintza. Tras el pertinente papeleo, fueron trasladados al centro de menores de Loiu. "Desde el primer momento me sentí muy bien, me sentí acogido", destaca Lahcen. Así que desde el primer día se planteó un objetivo: "aprovechar todas las oportunidades que se me presentaran". Se puso a aprender castellano y realizó un curso de fontanería para poder trabajar en la construcción. Posteriormente comenzó a realizar un ciclo formativo relacionado con la integración social. Ahí descubrió que era su verdadera vocación. "Me gusta trabajar con los chicos", dice, "para que aprendan a valorar lo que les están ofreciendo".
Sus consignas en ese sentido son "que estudien, que sean responsables y que aprovechen las oportunidades porque hoy se la dan pero al día siguiente igual no hay". Lahcen las utilizó. Ello influye en que se sienta a gusto en el País Vasco. "Yo no me quejo", resalta Lahcen. "A mí siempre me han tratado muy bien, por eso yo amo esta tierra y a su gente", prosigue. Tanto es así que no se plantea volver a su país. "Mi futuro está aquí", afirma categóricamente.
Sus planes pasan por "formar una familia y seguir formándome para buscar un trabajo mejor, siempre relacionado con la integración o como educador social".
"OVEJAS NEGRAS" Apesar de que su futuro esté en Euskadi, Lahcen no se ha olvidado de su familia. Sigue enviando dinero y viajando una vez al año a su pueblo. "Los jóvenes bereberes que nos vemos obligados a salir deMarruecos", dice, "lo tenemos muy claro: queremos trabajar para sacar a la familia adelante". ¿Y esos jóvenes magrebíes que andan por las calles sin rumbo fijo? "Eso son las ovejas negras", contesta, "que hacen que parezcamos que todos somos unos ladrones". Por eso, cuando ve a jóvenes por la calle, "deambulando y con malas intenciones, me pongo muy triste". Esas actitudes son las que quiere erradicar a través de sus charlas y consejos en los centros de menores.
Unos centros que, según él, "están ahora mucho más tranquilos porque la Diputación Foral de Bizkaia y sus profesionales están haciendo muy bien las cosas".
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