http://www.sindicat.net/n.php?n=12400
http://www.lavanguardia.es/premium/epaper/20101126/54075304284.html
CELESTE LÓPEZ / NÚRIA ESCUR - Madrid / Barcelona
No te escudes en tus hijos para seguir aguantando golpes, palizas, insultos o menosprecios. Porque, lejos de lo que tú crees, esos niños sufren, y mucho, por el ambiente de violencia que se respira en el lugar supuestamente más seguro para ellos, su casa. Y ese sufrimiento se torna en la mayoría de las ocasiones en traumas que, muchos, arrastrarán a lo largo de su vida. Este es el mensaje que desde hace tiempo no cesan de lanzar organizaciones como Save the Children o la Fundación IReS (Instituto de Reinserción Social), tras trabajar directamente con lo que ellos denominan, las víctimas invisibles de la violencia machista, los niños.
Se calcula que en España unos 800.000 menores viven la violencia sexista directamente, pero sólo unos pocos, muy pocos (unos 8.000), reciben algún tipo de atención especializada. Tanto Save the Children como IReS piden un mayor compromiso por parte de las autoridades para atender a estos pequeños y, sobre todo, ruegan a sus madres que rompan esa espiral de miedo, angustia y terror en la que se encuentran inmersos.
La Vanguardia reproduce hoy los testimonios de tres menores que han sufrido la violencia machista y que se encuentran entre los afortunados que han recibido el apoyo y la atención de los profesionales en la Fundación IReS. Poco a poco, dicen desde esta entidad, estos chicos están superando sus miedos.
Judith, 18 años: "Me hiciste creer que no valía nada".
Judith escribió una carta a su padre, quien durante años maltrató física y psíquicamente a su madre, e incluso llegó a golpearla a ella: "Me hiciste hacer creer que yo no valía nada. Llegaste como un rey con las manos llenas de odio. Me hundiste en tu mierda, como si yo nada importara, lograste reducirme a pura ceniza". Judith llegó a IReS hace tres años, junto con su madre, una economista que entonces contaba 49 años, y su hermana pequeña, de 8. La madre se había separado ya de su marido, un médico que ahora tiene 54. Durante años, este agredió físicamente tanto a Judith como a su madre, mientras la pequeña presenciaba el horror. La palabra que más repite la joven es "soledad", un sentimiento que la hacía recluirse en su habitación, el único lugar donde se sentía segura. "Era mi mundo".
La violencia se inició desde los primeros momentos de la convivencia, pero se incrementó cuando nació Judith y no paró hasta que la madre decidió terminar la relación. Aún después, él la persiguió amenazándola con quitarle a unas niñas que no querían saber nada de su padre. Hoy en día, Judith ha aprendido que ella "no era culpable de nada", que el daño causado no era su culpa. Al entender esto, ha empezado a "dejar que la gente se acerque" a ella, empieza a confiar, explican en el Instituto de Reinserción Social. Las dos niñas no quieren ver a su padre, que mantiene una nueva relación con otra mujer y ha tenido un niño. Judith dejó sus estudios. "Pero - escribe Judith-ahora sé que soy fuerte".
Emilio y Laura, 12 y 8 años: "Mamá, eres una inútil".
Este niño y su hermana, Laura, de8 años, fueron testigos directos de las brutales agresiones de su padre, licenciado en Derecho, a su madre, también abogada, durante años, lo que les ha ocasionado importantes trastornos de comportamiento. Y es que tiene que ser extremadamente duro ver cómo un padre intenta matar a la mujer que te ha dado la vida, con una navaja. En esa ocasión, Emilio, entonces de 9 años, se puso en medio, y resultó herido.
Este adolescente y su hermana llegaron a la Fundación IReS hace dos años y un año después de la separación de sus padres. Los llevó la madre, angustiada por el comportamiento de los niños. Emilio se orinaba en la cama de manera sistemática (dejó de hacerlo al año de la separación de sus padres), no se relacionaba con nadie, no tenía amigos. Desde los 4 años presentaba problemas de conducta en la escuela, donde se pegaba con frecuencia con otros compañeros. Siempre nervioso, tenía dificultades para la concentración y su rendimiento escolar era malo.
Su hermana, por su parte, se mostraba siempre nerviosa, extremadamente activa, desconfiada, retraída y, sobre todo, muy agresiva. Le costaba aceptar límites y cuando se enfadaba insultaba a su madre llamándola "inútil", "no vales nada", palabras que acompañaba con patadas.
Estos niños, que vivieron los insultos y agresiones del padre a la madre desde "siempre", llegaron a presenciar momentos muy dramáticos, agudizados cuando la mujer consiguió un trabajo relevante (responsable de recursos humanos en una mediana empresa). La violencia se intensifica y, pese a denuncias previas y abandonos de hogar, la mujer reinicia la convivencia, al igual que hizo su madre con su padre cuando ella era pequeña.
Hoy por hoy, el padre, que tiene otra pareja y otro hijo, tiene adjudicadas visitas semanales con Emilio y Laura, algo que el niño no entiende. El trabajo de los profesionales está teniendo sus frutos. "Ya tengo amigos, salgo con ellos y vienen a casa". Aún tiene episodios violentos, "pero voy a mejorar porque no quiero ser como mi padre". Laura va más lenta, aunque empieza a reconocer que "mamá es buena en muchas cosas". Sigue, sin embargo, insultándola y pegándola, pero con menos frecuencia.
Núria,16 años: "Sentía la necesidad de sacar sobresalientes".
Las peleas entre los padres de Núria, empleados en una línea de montaje de una empresa electrónica, eran constantes y su recuerdo es siempre el mismo: "Metía la cabeza en el cojín para no oír los gritos. No quería salir de la habitación por miedo a encontrar a mi madre muerta en el suelo. Cuando las agresiones terminaban, se metía en la cama y se hacía la dormida". El miedo y el terror hicieron que el principal objetivo de Núria fuera "hacer todo bien, tanto en casa como en el colegio, para no provocar más problemas". Su media es de sobresaliente.
¿APRUEBA QUE LOS MALTRATADORES PIERDAN LA CUSTODIA? www. lavanguardia. es/ encuestas
LA CONSULTA
¿Cómo defender a estos niños?
MIGUEL LORENTE - Delegado del Gobierno para la Violencia de Género
Debemos tomar medidas para alejar al menor del violento; un maltratador nunca es un buen padre
Habitualmente, la violencia de género es definida más por números que por palabras, cifras que parecen reflejar la realidad cuando en verdad tan sólo muestran una parte de ella, estadísticas que se refieren a distintas personas (mujeres agredidas y hombres agresores) y a diferentes momentos para conseguir información sobre su evolución. Sin embargo, no suelen referirse al aumento que supone que la violencia crezca dentro de la misma persona, y lo hace en los agresores con esa dinámica que la describe como "violencia cíclica de evolución creciente", pero también cuando los menores expuestos a ella la integran como parte de su comportamiento.
Los niños y niñas que viven el ambiente de la violencia sufren sus consecuencias. Los menores sufren el impacto de la violencia que padecen sus madres, conocemos su vulnerabilidad. Sin embargo, muchos no ven el daño que les produce vivir en un hogar donde el padre utiliza la violencia contra su madre.
De nuevo encontramos la invisibilidad como argumento y la negación como respuesta, algo frecuente al hablar de violencia de género y consecuente con toda esa serie de referencias culturales que la envuelven y que la presentan como algo que puede ocurrir dentro de la normalidad de una relación de pareja. Los menores expuestos a violencia de género sufren consecuencias negativas que le producen problemas de salud y alteraciones conductuales. En un estudio publicado en Journal Epidemiology Community Health (2009) realizado sobre adultos expuestos a violencia de género en su infancia, se concluye que tienen más riesgo de sufrir depresión, alcoholismo y de ejercer maltrato infantil y violencia contra las mujeres. La violencia de género va dirigida contra las mujeres, son ellas las que la sufren, pero también la padecen sus hijos e hijas. No debemos confundir la violencia doméstica con la violencia que sufren las mujeres, el escenario, ese ambiente familiar o doméstico, no es el que da a lugar a la violencia ni el que la condiciona, pero sí se deben tener en consideración las circunstancias específicas de este cuando se produce dentro de sus paredes y con la presencia de menores como testigos. Y si sabemos que sufren las consecuencias debemos procurar que se adopten medidas para alejarlos de la fuente de la violencia y ello pasa por un distanciamiento del agresor. Un maltratador nunca es un buen padre, como con frecuencia se argumenta para separar la violencia de género de su significado.
Hacerlo ahora significa prevenir nuevas agresiones, pero sobre todo, garantizar que no estarán presentes en el futuro.
La cruzada de los niños invisibles
La estela familiar de la violencia
Unos 800.000 niños en España son testigos directos del maltrato a su madre Cuatro menores han sido asesinados por sus padres o ex parejas de sus madres 64 mujeres han sido asesinadas en lo que va de año por sus parejas o ex parejas, 14 más que en el 2009 y las mismas que en el 2008 Cuarenta niños han quedado huérfanosde madre este año por esta causa Sólo 15 de las asesinadas habían presentado denuncia,dos de ellas, sin embargo, las habían retirado El 40% de las mujeres asesinadas son extranjeras. La mitad de las asesinadas tenían más de 40 años
Entidades como IReS reclaman más atención a los hijos, también víctimas
La cruzada de los niños invisibles
MADRID / BARCELONA - Redacción
LOS HIJOS Algunos fracasan en el colegio, otros son modélicos para no dar problemas
Las mujeres no son las únicas que reciben la agresión, también esos hijos que siguen la escena desde el rincón de la sala o interiorizan las palabras de una discusión agazapados tras la puerta. Viven con terror un secreto y muestran un conflicto de lealtades. La exposición itinerante Jo també vaig ser invisible (de la Fundació Institut de Reinserció Social-IReS) ofrece las claves para entenderlos. Y las secuelas que arrastran de adultos. La peor: adoptar el modelo violento.
Algunos de esos casos se destapan con el fracaso escolar, otros se camuflan: estudiantes con un excelente rendimiento - atemorizados por el agresor si no vuelven a casa con buenas notas-,disciplinados - porque están acostumbrados a la sumisión-y poco conflictivos porque se aíslan. La vergüenza les impide explicar lo que ocurre en casa.
"Cuando yo empecé, en el año 1976, nadie hablaba de esto - explica Montserrat Tohà, directora de IReS-,después empezaron a visibilizarse las situaciones de mujeres maltratadas. Ha llegado el momento de trabajar por los invisibles:los hijos". IReS los atiende mediante un programa llamado Mentorías:atención psicológica a niños de entre 4 y 18 años y su adulto de referencia, habitualmente la madre. El tratamiento - individual y en grupo-dura un año. "Muchas veces surge una contradicción: la madre - la única que los protege-es la misma persona que el agresor ha desautorizado durante años delante de sus hijos. Los niños computan que es una mujer anulada, que no sirve para nada, se saltan su autoridad. Deben recomponer su imagen".
El último frente que asume la fundación es el de reeducar a los agresores. "Son hombres aparentemente normalísimos, alguno se toman a broma el tema. En general no son conscientes de ser agresores. Muchos crecieron entre gritos y golpes y de mayores reproducen la misma conducta", explica Tohà.
Se trata de enseñarles, insiste, "que hay otras maneras de llevar un hogar". Muchos sólo acuden al centro cuando la mujer presenta un ultimátum: "O te pones en tratamiento o se acabó".
EN CATALUNYA
30.000 niños sufren cada año, en Catalunya, violencia de género. En el Estado español la cifra alcanza los 200.000. Y sólo un 4% de los afectados recibe atención de profesionales
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